La Gitana Dormida y el Ecce Homo




Creo que no nos hemos parado a pensar en la verdadera trascendencia de la obra de Cecilia Giménez. Un acto primario y suicida que ha teñido las primeras páginas de la prensa mundial y que ha palidecido a los artistas más radicales de todo el mundo. “¿Cómo no se me ha podido haber ocurrido antes a mí?”, pensarán. 

Goya, Picasso, Dalí, Richard Hamilton o Sophie Matisse ya reinterpretaron cuadros tan célebres como Las Meninas de Velázquez; Hockney ídem con la silla de Van Gogh; o el propio Botero con la Mona Lisa de Leonardo. Pero nunca sobre la obra original. Existen también casos que se acercan al de Cecilia, como el del famoso graffitero Banksy, colándose en famosos museos de Londres y Estados Unidos para fijar en las paredes sus ácidas creaciones entre las obras del propio centro. No obstante, estamos ante otra cosa. Ya el propio Banksy ha sufrido en sus carnes alteraciones de sus obras a manos de otros graffiteros como Robbo y su Robbo Team, todo dentro de una particular guerra entre estos dos grupos que modifican y borran mutuamente sus creaciones en su particular lucha por las calles de Londres. Creaciones que, a fin de cuentas, son actuaciones temporales ilegales y expuestas a ser borradas en cualquier momento.

Sin embargo, estamos hablando de otra cosa. Hablamos de modificar un fresco de principios de siglo XX de una iglesia. Hablamos de cambiar para siempre una obra con fecha y autor reconocido. Y lo mejor es que no era su intención. Por esa razón, con toda seguridad podemos estar encontrándonos ante la obra naíf por antonomasia, en donde los conceptos de ingenuidad y espontaneidad se dan no sólo en el estilo, sino en el concepto más primitivo de su creación: la motivación. Una obra que ha sido creada porque nadie contestaba a sus súplicas para que el fresco fuera restaurado. Una pintura que ha nacido de un impulsivo acto emocional, de protesta y rebeldía inocente que ni el más íntimo Expresionismo Abstracto de Pollock, De Kooning o Kline pudo si quiera imaginar. 

Como el mismo Marcel Duchamp afirmó una vez: “Contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros”.
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